24/8/12

DIAS DE RODAJE

Volver al oficio de alguna manera. Reencontrarme con procesos mentales que permanecían apagados. Y de ahí volver...

El equipo, los equipos, las preguntas de la gente que pasa.
Los chistes internos de cada area. Los asistentes de asistentes, los tiracables, los de siempre.

Volver a pensar en el cuadro, en las tomas. Ver las luces, las coreografías. Escuchar el silencio que va toma y de ahi derecho a la acción.
Entiendo ahora por que elegí este camino.

Ahora con mas ideas. Que esperan hacerse tomas...

13/8/12

PERSONAJES (Revolutions: La historia no contin..)

Otra fabulosa entrega de una historia que por alguna razón quedó a medias...

ASESINO EN SERIO

El trabajo de detective lo lleva a uno a descubrir las facetas más perversas e incoherentes del comportamiento humano. Si alguien me preguntase hoy, el día en el que dejo la fuerza, cual fue el caso que significó un mayor esfuerzo a la hora de comprender la mente criminal contra la que me enfrentaba, mi respuesta sería concisa: El caso del asesino en serie de Quijano, “Julián X”.
Todavía hoy siento escalofríos cuando pienso en aquel “modus operandi” tan extraño. Se cree que uno, al tener este tipo de trabajo, está acostumbrado a los cadáveres, pero esto iba mucho más allá de encontrar un cuerpo inánime en una bolsa de residuo. Inclusive era peor que encontrar los occisos a cargo del “Descorchador Giménez”. Apodo que se gano por dejar un corcho de Michel Torino en las fosas nasales de sus víctimas. Era mucho peor.

Los cuerpos, a veces, aparecían paulatinamente. Un brazo en Cerrillos, otro en Vaqueros, las piernas en San Lorenzo. Lo único que nos permitía saber que el asesino era siempre el mismo era aquella pequeña marca que dejaba en forma de “X” en el medio de la frente y en las extremidades de sus víctimas.

Y como si este trabajo de armar cuerpos no fuera suficiente para todo el cuerpo policial, determinar la serie era mucho más difícil aún.
Sus primeras tres víctimas fueron mujeres de mediana edad. Veinticuatro, treinta y veintiséis, respectivamente. Las tres mujeres eran rubias, caucásicas, de una estatura no mayor al metro sesenta y cinco; y, en lo que fue mera coincidencia luego, sus nombres comenzaban con letras contiguas en el abecedario. 
Ana, Bianca y Celeste, respectivamente, además las tres vivían en Campo Quijano.
Creímos estar frente a un maniático obsesionado con el alfabeto. O, según el cabo primero Regas, un profesor de literatura.

Regas era de esos tipos que buscan siempre aliviar la tensión mediante chistes y comentarios sobre la raya, si bien yo le tenía un particular cariño, a veces, esta característica suya lo volvía un poco insoportable.

La cuarta víctima de Julián X fue también una mujer de veintisiete años y era oriunda de Quijano, pero en este caso tenía el pelo rojizo, medía un metro setenta y cuatro, y su nombre era Emilia.
Regas sugirió ahora la posibilidad de encontrarnos ante un analfabeto, y después de reflexionar por segundos su comentario comenzó a reírse al conectar su teoría con la firma del asesino.
Esta humorada lo dejó fuera del caso. Era demasiada la tensión que se vivía en el cuartel como para aguantar las estupideces del huevón de Regas.

Dos semanas después todas las comisarías de la zona sur de la provincia estaban ocupadas en el caso de Julián X. 
Nos era muy difícil prevenir cualquier tipo de crimen ya que no sabíamos en que basaba su elección. Pensamos en patrullar toda la zona de noche, escoltando de manera disimulada a las señoritas que aparentaran de veinticinco a treinta años y anduvieran solas. 
Al fin y al cabo, lo único que unía  a todas sus víctimas era el sexo y la edad que comprendía la franja previamente citada. 

Se asignaron cuatro policías por manzana y comenzó entonces lo que se llamo la “Operación Escoltas”.
La creatividad a la hora de elegir nombre para las operaciones no era el fuerte de mis muchachos.
Después de dos días sin ningún tipo de noticia sobrevino una tragedia. 

Había un nuevo cuerpo. Esta vez era un joven, en la autopsia se le estimó veinte años, tenía la cabeza rapada, superaba el metro ochenta de altura y respondía al nombre de Daniel.
Ya era desesperante el intentar buscar nexos entre un cuerpo y otro. Nada parecía ayudar a la tarea que me había sido encomendada. Ahora lo único que unía a todas las víctimas era el simple hecho de que todos eran seres humanos.

Por supuesto su siguiente víctima tuvo que romper el esquema. Es difícil describir la estupefacción general que causó el encontrar en la puerta misma de la comisaría un perro, que respondía al nombre de “Sultán” muerto, con una X tallada en su frente.
La autopsia reveló que tenía aproximadamente cuatro años (veintiuno en el sistema canino) y no superaba el metro.