24/1/12

3 VERSIONES

Un instante después me encontré mirando hacia atrás. Sabía de sobremanera que el recuerdo duraría, pero tenía que cerciorarme de que en realidad había sucedido.

La soledad era costumbre y en aquel lugar era imposible estar realmente solos. Una atención difusa la que se consigue entre dos soledades disímiles.
Me negué a avanzar. Las palabras marcaban un ritmo constante, cada frase brillaba por su falta de posibilidades.
Las miradas fueron tomando distancia, y el juego comenzaba a sentar bases. El color de sus ojos adquirió una intensidad hipnótica. Me mostró sus cartas y me enseño un nuevo frío. Las palabras cerraban cualquier rendija por la que pudiera filtrarse una ventaja.
Ya conocía mi posición en el tablero. Ser testigo de la dejadez con la que se despreciaba al tiempo era un lugar común desde el cual comenzar a jugar. Muchas veces había tenido que callar para que otros pudieran asesinar minutos en la oscuridad.
Intenté mantenerme inmune mientras me fuera posible.
Busqué todas las alternativas para escapar de aquella sensación de no tener opciones, pero quizás era demasiado tarde. Su mirada se bañaba con fuego y me mostraba lugares que pensé no conocer jamás.
Acostumbrado a no tener turno mis miedos se resignaron. Ser un cómplice accesorio del crimen era casi lo mismo que ser testigo, ya que no existía ningún tipo de declaración al final.
Algunos expertos en el juego me explicaron ciertas reglas que podían ayudarme, pero sus consejos no venían al caso.
Resigne las palabras y mis labios se convirtieron en presa. Creía que todavía podría existir un error, pero sabía que nadie se estaba equivocando.
Me asoló su cuerpo. Sus brazos fueron bajando mis defensas una por una. Intenté tomar aire, pero ya estaba atrapado. Las reglas del juego eran perfectas. Los minutos se fueron consumiendo y solo quedaron cenizas del tiempo.
El final era inminente, al igual que la derrota. En su mirada se apagó el fuego, trate de recuperar el aire para poder hablar. De las cenizas emergió el tiempo con más fuerza que nunca.
Me retiré vencido, en soledad. Maldiciendo el no haber tenido el valor para poder terminar con la situación y ahorrarme el vacío. Me refugié bajo un techo y deje que el tiempo pasara de largo.

Un instante después me encontré mirando hacia atrás. Sabía de sobremanera que el recuerdo duraría, pero tenía que cerciorarme de que en realidad había sucedido.

El estar rodeados era necesario para estar solos. Un instante de tranquilidad serena la que se pueden ofrecer dos seres sin nada que perder.
Entré de lleno en su tela. Solo las palabras necesarias para recuperar las sensaciones olvidadas. Solo decisiones y reacciones.
Cada mirada se convertía en ley. El juego había sido planteado y aceptado por todos los participantes. Siendo así los ojos cumplían el rol de amos y esclavos. Estar al tanto de lo que se decía era primordial para poder contraatacar.
Estaba cansado ya de ser el testigo de todos los crímenes ajenos. Eran mis manos las que exigían bañarse de instantes y sentir la adrenalina de ser culpable y no recibir castigos, si no recompensas.
Salí con los tapones de punta.
Sabía que buscaba y sabía cuando iba a quebrantar alguna regla para poder salir victorioso. Enfrenté sus ojos sin miedo, ningún rastro de dudas iba a detenerme ahora. Su mirada se mantenía fija en mí, sin ejercer ninguna presión.
El asesino estaba listo, no existía ningún tipo de regla que pudiera contenerme. El reloj exhalaría el último suspiro en mis manos. Todo estaba calculado para poder teñirme de gloria.
Nadie se cruzó en mi camino, ninguna palabra podría cambiar mi estrategia. La certeza de conseguir lo que buscaba disolvía cualquier tipo de freno.
Impuse mis labios, sabiendo que era la única manera de conseguir ventaja. Mis manos buscaron su espalda y la encerré con mi cuerpo, sus manos lograron desconcertarme, pero pude controlar mi instinto, conociendo el juego.
Dejé que se fundiera en mis brazos. Intentó respirar, pero no estaba dispuesto a ceder ni a dar treguas. Las reglas del juego eran innecesarias ya. El límite era claro, pero aún así todo sucedía. Los segundos se desangraban a mis pies. El tiempo ya había quedado eliminado.
El final fue claro, ni siquiera era necesario consultar el marcador. Sus ojos buscaron respuestas, mis labios se mantuvieron sellados. El reloj reemprendió su marcha dejándonos atrás.
Me alejé victorioso, acompañado solo por mí soledad. Con la seguridad de haber jugado un juego sin secretos ya. Sacudí mis manos y caminé, pero solo por unos segundos.

Un instante después me encontré mirando hacia atrás. Sabía de sobremanera que el recuerdo duraría, pero tenía que cerciorarme de que en realidad había sucedido.

La soledad era necesaria en aquel lugar para poder estar realmente solos. Una compañía humilde la que se pueden ofrecer dos soledades que solo necesitan un segundo.
Me dejé llevar de a poco. Primero fueron solo palabras, solo frases inconexas buscando deslizar pequeños indicios de sus realidades.
Luego aparecieron las miradas y el juego cambió. El color de los ojos se diluyó, se volvieron transparentes y cálidos. Todas las palabras se negaban con tan solo mirarse, entonces escuchar ya no era necesario.
Me había acostumbrado a ser testigo de este tipo de cosas hace tiempo. Entonces me entregué de lleno a su suavidad.
Me comporté amable ante la situación.
Intenté escaparme de la sencillez absoluta de aquella mirada pero comprendí que mis deseos eran diferentes. En sus ojos no había trampas, no había condiciones, solo promesas.
Hoy cambiaría roles con aquellos sicarios del tiempo. Esta vez me tocaba ser cómplice y culpable en el juego, y decidí ir sin ningún as bajo la manga.
Muchos intentaron disuadirme de tener algún tipo de cubierta. Pero sería ir en contra de lo que necesitaba.
Busqué sus labios, entonces, sin saber que me esperaba. Un fugaz deseo de rechazo atravesó mis manos al dibujar su cintura, pero sus manos ya estaban posadas en mi nuca.
Me disolví en sus brazos. Un reflejo me instó a tomar aire, pero el deseo solo permitía breves jadeos. Aunque las reglas del juego eran claras, los límites se volvían difusos. Cada instante aparecía con menos fuerza, los segundos habían dejado de existir ya. Nos volvimos invisibles al mundo y logramos así detener al tiempo.
No puedo recordar el final. Nadie había perdido. Dos ganadores en este juego era algo totalmente nuevo para los conocidos. Sus ojos dieron las respuestas, mis labios, entonces, no necesitaron hacer ninguna pregunta. El tiempo se levantó del suelo, sacudió sus ropas y volvió a correr.
Nos despedimos sonriendo, sintiendo nuestra soledad en compañía. Y me fui sin saber si habían pasado segundos o eones entre la primera palabra y el último abrazo.
Comencé a caminar, dejando que mis pies me lleven a cualquier lugar. Todo era sencillo. Caminé hasta que salió el sol. Me quedé quieto y dejé que los rayos acariciasen mi rostro.
Un instante después me encontré mirando hacia atrás. Sabía de sobremanera que el recuerdo duraría, pero tenía que cerciorarme de que en realidad había sucedido.

No hay comentarios.: