24/4/12

ESE


Hay veces que tengo ganas de escribir, hay veces que no puedo evitarlo.

Tratar de impregnar en una hoja ese nudo ajustado, que nunca termina de irse, es quizás imposible, pero tampoco es lo que busco.

Quizás mi intención sea la de derrumbar el mito que existe sobre dejar las lágrimas en el papel y salir ileso. El pensar que encontré palabras para sacar la basura afuera me va a ayudar a cerrar ciertas compuertas es meramente ridículo.

No creo que nadie pueda hacer desaparecer el frío y la angustia con un poco de tinta.

La ayuda llega por otro lado. El reconocerme en el papel y poder leer en palabras cercanas a una solidez aparente lo que me asola, me ayuda a crear un segundo personaje. 

Un antagonista tácito, que evade cualquier resquicio de consolarme y me entrega de manera concreta los problemas a tratar.

Dejo de ser yo el que narra esto. Ahora es un papel, es tinta, es lógica. Ahora es una voz desconocida que dice que habla de mi.

Él no intenta convencerme, no me ofrece alternativas ni treguas. Me ataca porque sabe, porque puede y porque lo cree necesario.

Se convierte así en algo superior a un reflejo fiel de mi pena. Al destruirla y rearmarla me deja ver su único rostro. Sin velos ni espejismos.

Puede parecer peligroso, entonces, buscar esta confrontación con un rival que me conoce tan en detalle. Pero su palabra me activa. Su verdad cruda me exige respuestas y en ellas encuentro el camino.

A diferencia de mi pena y mi alegría él es eterno. Y eso ya es mucha ventaja.

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